Efemérides

MANABÍ  LEVÁNTATE

Tierrita de promisión,
mi pecho es tu relicario
y tu nombre mi oración
hoy que vivo solitario.

¡Te llaman la tierra brava
cuando eres cosmopolita...
que en ti los hombres son amplios,
y las mujeres, bonitas!

Manabí rica y fecunda
activo colmenar,
que enseñas como se triunfa
a fuerza de trabajar.

¡Tú, que acoges, cordial,
al propio y al forastero...
porque eres tan liberal,
por eso, Manabí, te quiero!

Elias Cedeño Jerves
Nota: Yo que bebí la leche generosa de Manabí
tuyas son mis lágrimas por los ya caídos

Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio)

Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.

(Martin Luther King)

El árbol confidente

Frente al modesto aposento
de la calle do ahora vivo,
alejado del bullicio
y de placeres esquivo,
con su tronco majestuoso,
con su ramaje tupido
se alza solemne y airoso
un antiguo tamarindo
que afecta la peregrina
forma de un hongo gigante,
e invita con la frescura
de su sombra al caminante
y a deleitar sus oídos
con los alegres trinares
de las aves familiares
que en él fabrican sus nidos.

Pues de tanto contemplarlo
y admirarlo en su silente
majestad, hasta he llegado
a hacerle mi confidente…
Él me ha contado su historia
secular y misteriosa,
y me ha confiado mil cosas
cuando le dije mis penas.

En una noche serena,
que meditando paseaba
solo, ¡miento!... con mi sombra
que la luna proyectaba,
al pasar bajo su fronda
me recliné fatigado
al peso de mis recuerdos
en su tronco venerado.

¿Por qué te abrumas? –Me dijo
una voz que de él, venía-
¿por qué te afliges cobarde?...

Vosotros que sois los reyes
de lo que Dios ha creado,
¿por qué vivís de las leyes
de Natura divorciados,
y en constante agitación
vais un año tras de otro año
corriendo tras la ilusión
para hallar el desengaño?

Bien mirado, Dios erró
al dar al hombre un destino
superior, pues de mezquino
al hombre le juzgo yo
que, a pesar de que nací
árbol, que es menos que un bruto,
como os conozco, os disputo
la tal superioridad.

Algunas generaciones
conocí de los humanos
que, en ara de sus pasiones,
matáronse cual leones,
y se decían hermanos.

Desde la indígena raza
que puso aquí rancherías
y vivían de la caza
y de exiguas pesquerías,
hasta los rudos colonos
que de ultramar, en mala hora,
vinieron para movernos
guerra cruda, asoladora.
Y que arrojaron por tierra
con formidables aceros
a los que honraban la selva:
mis antiguos compañeros…
Yo les sé toda la historia.

Esos que ancianos contemplas
con el título de abuelos,
sobre mis ramas treparon
cuando aún eran pequeñuelos.

Yo fui el testigo discreto
en las románticas citas
del juramento secreto
a la luz de las estrellas
de quinceañeras doncellas
que ahora son muy viejecitas.

Yo oculto piadosamente
lo que los hombres pregonan
pues ellos, inconsecuentes,
ni sus defectos perdonan.

Al forastero que un día
vino aquí tras suerte dura
yo le brindé con mi sombra
tranquilidad y frescura.

A miles de aves canoras
procedentes de otros climas
sitio di para sus nidos
en ramas acogedoras.

Mientras vosotros al huérfano
abandonado, al mendigo,
miráis dormir sobre el polvo
sin brindarle techo amigo.

¡Y sois vosotros los seres
que se dicen racionales
siendo para vuestra especie
como lobos y chacales!

Mirad como somos buenos
nosotros los vegetales;
en vida, os damos sombra
y el fruto de nuestra savia.
Y al fin, cuando ya olvidados
de tan caros beneficios
nos derribáis, aun difuntos
formamos los edificios
que os servirán de morada,
de muelle y grato acomodo…
vosotros muertos sois lodo,
luego polvo, después, nada.

Mirad si somos nosotros
amigos fieles, sinceros,
hasta el hueco de la tumba
os llevan nuestros maderos.

Nosotros los mandamientos
guardamos de la Natura,
ya despojándonos de hojas
ya vistiendo de verdura,
floreciendo en primavera,
fructificando en verano
y brindando nuestros dones
al hombre como al gusano.

Mientras vosotros rebeldes,
como el bíblico Satán
negáis al Dios que creara
a vuestro patriarca Adán.

Con todo, si estar ansías
bajo mi sombra modesta
ven, que yo ofrezco mi orquesta
de trinos a tu poesía;
ven, porque en mi está la clave
de tu anhelada ventura.
Rima y anda como el ave,
sigue la ley de Natura.
Da tú también con tus versos
dulcedumbre a la amargura…

Haz como yo: no ambiciones;
haz el bien sin recompensa:
Lanza al aire tus canciones…
Estudia…medita…piensa…

En esto pasó un viandante
a la voz calló al instante-…

¡Oh el árbol de mi romance
que en una noche serena
me ha relatado su historia
cuando le conté mis penas!


Cerro Dominguillo

Cansado un día del horizonte
estrecho y vacuo de las cañadas
en donde estaban mis fantasías
y ensoñaciones aprisionadas,
me puse un libro bajo el brazo,
y al hombre un rifle, siguiendo un trillo,
de los esteros dejé el ribazo
y escalé el cerro de Dominguillo.

Por cada paso que adelantaba
hacia la cima verde y brumosa
sentía que en mi alma se disipaban
cual por encanto, las tormentosas
preocupaciones que da la vida
por tantas cosas, por tantas cosas.

Boscajes vírgenes donde las tórtolas
cantan con honda melancolía,
donde las brisas con sus murmullos
nos dan lecciones de poesía,
atravesaba callado y lento
siempre ascendiendo cual si temiera
que con el ruido de mis pisadas
el gran silencio se interrumpiera.

¡Qué milagrosas!, ¡qué sedativas
son para el alma de los poetas
las soledades de los boscajes
en donde el ruido de las cascadas
que de las cumbres bajan a miles
fingen coloquios y carcajadas
de labios frescos y juveniles!...

¡Qué sedativas! ¡Qué milagrosas
aquellas cumbres de las neblinas!
se alzan ingrávidas y vaporosas
tal como clámides primorosas
que entretejieran lindas Ondinas.

¡La última grada, y heme en la cresta
más encumbrada de la montaña!
allí las aves están de fiesta
y ni una nube el azul empaña…

¡Oh mi adorada Madre Natura!,
¡cómo quisieras ser tú tan fina
que transmutaras mi carne impura,
en un guiñapo de la neblina!
Así por siempre, desde esta altura
los horizontes escrutaría
y al ir de ronda por la llanada
de vez en cuando visitaría
de mis mayores la casa amada.

La brisa duerme, duerme el ramaje,
se incendia el éter con el celaje
y abajo el llano como un gran mar
de platanales, de cafetales,
de amplios potreros y de cauchales,
mi hogar perdido me hace añorar.

Y allá en los límites del ancho espacio
brillan colinas de oro y topacio…
¡Montañas mías, lindas montañas!
¡Qué de misterios en tus entrañas!

En vano hacia ellas tiendo mis manos
y esfuerzos hago tan sobrehumanos,
en un prodigio de fantasía
que mi alma cruza sobre los llanos
y dominando los altozanos
roba a sus bosques la poesía.

El aire quieto… se oye en la umbría,
en las quebradas, del monte al pié,
de guacharacas la algarabía
y en los manglares al diostedé
mientras del cielo penden ligeras
cuatro locuaces loras viajeras
que hablan entre ellas, yo no sé qué.

De pronto surge de la arboleda
música triste, música leda
ejecutada del DO hasta el SI
por los artistas de la espesura…
Y los resabios de la amargura
que me atosigan, huyen de mí.

La tarde avanza, ya canta el grillo…
adiós alturas del Dominguillo
que me enajenas con tus neblinas,
con tus mirajes, no te imaginas
cómo me apena dejarte ya.

La tarde avanza, ya canta el grillo…
adiós ¡oh cerro de Dominguillo!
contigo mi alma se quedará…

¡Oh mi adorada Madre Natura!
¡Cómo quisieras ser tú tan fina
que transmutaras mi carne impura
en un guiñapo de la neblina!

Así por siempre, desde esta altura
los horizontes escrutaría
y al ir de ronda por la llanada
de vez en cuando visitaría
de mis mayores la casa amada.


La tarde avanza, ya canta el grillo,
adiós alturas del Dominguillo
que diste margen a esta balada.


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